Opinión

Habla el corazón de Cerocahui a dos años de los homicidios de los sacerdotes jesuitas.

Proceso

Por Gloria Leticia Díaz

“De una manera tan cruel vinieron a darnos la paz”, dice un habitante de Cerocahui, Chihuahua, para “Yawimé. Las huellas de Javier y Joaquín”, documental que da voz a quienes estuvieron cerca de los padres Gallo y Morita, ejecutados el 20 de junio de 2022.

Imágenes de la majestuosa Sierra Tarahumara, con sus sinuosos caminos y sus comunidades ocultas, acompañan las voces de una veintena de habitantes de Cerocahui que convivieron de manera muy cercana con los sacerdotes jesuitas Javier Campos, conocido como Padre Gallo, y Joaquín Mora, llamado Morita, asesinados hace dos años al pie del altar del templo de San Francisco Javier, y que aún sufren su ausencia. Son voces plasmadas en el cortometraje Yawimé. Las huellas de Javier y Joaquín

 “Antes de que los mataran, soñaba que balaceaban a el Gallo, corría a contarle al padre y le decía: ‘Nos va a ganar el Diablo, nos va a ganar el Chamuco’, lo soñé por tres años”, cuenta Margarita en el documental, dirigido por el joven cineasta Sergio Ruiz Velasco de Alba.NOTICIAS RELACIONADAS

“Dieron su vida por todos nosotros”, acota Lorenzo, uno más de los habitantes de la parroquia de Cerocahui, quienes compartieron sus historias ante la cámara de Ruiz Velasco. 

Producido por Ruiz Velasco y los sacerdotes Esteban Cornejo y Aldo Hernández, auspiciado por las fundaciones Loyola y Sertull, el cortometraje da voz a feligreses, sacerdotes y religiosas que convivieron con Campos y Mora para conmemorar los dos años de la tragedia que enlutó la Tarahumara y a la Compañía de Jesús. 

El filme recaba anécdotas de la solidaridad de los sacerdotes sacrificados con el pueblo rarámuri, con los pobres, los enfermos y necesitados: el respeto a la cultura y las costumbres indígenas, así como la alegría con que ejercían su ministerio.

Hace dos años el mundo se conmocionó con la noticia del asesinato de los sacerdotes, al tratar de defender al guía de turistas Pedro Palma, quien buscó refugio en el templo al ser perseguido por José Portillo Gil, el Chueco, perteneciente al cártel de Los Salazar, jefe de plaza de la región. 

El agravio no sólo quedó en el asesinato de las tres personas, sino que el agresor, el Chueco, y miembros de su banda se llevaron los cuerpos, pese a los ruegos de otro de los jesuitas que atestiguó el triple crimen, Jesús Reyes; 48 horas después los cuerpos fueron hallados en la sierra.

Previo a los homicidios, la organización del Chueco asesinó a Paul Berrelleza y quemó su casa. El jefe criminal cargó su furia contra el joven, jugador de un equipo de beisbol que financiaba el propio Chueco, y que perdió un partido. En marzo de 2023 el cuerpo del cabecilla fue encontrado sin vida en Choix, Sinaloa.

Algunos otros integrantes de la banda de Portillo Gil han sido detenidos, el último de ellos fue arrestado el 14 de junio último, Carlos “N”, en la ciudad de Chihuahua.

La tragedia derivó en serios cuestionamientos por parte de la Compañía de Jesús a la política de seguridad emprendida por el presidente Andrés Manuel López Obrador, de “abrazos y no balazos”, que en los hechos continuó la estrategia de militarización de sus antecesores, Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón. 

La crítica de la Compañía de Jesús fue acompañada de una serie de foros, Diálogos por la Paz, a los que se sumó la Conferencia del Episcopado Mexicano, la sociedad civil y la academia. Se trató de conversatorios de los que surgió un documento que fue firmado por las entonces candidatas presidenciales, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, y el aspirante Jorge Álvarez Máynez.

A dos años de los homicidios, para Ruiz Velasco este documental también es un tributo a los sacerdotes, dice en entrevista el cineasta egresado de la Universidad de Guadalajara del Departamento de Imagen y Sonido (DIS), quien además ha dirigido Hijos del Mar (2020) Los anhelos todavía (2022) y Umbrales del Exilio (2022), y que también forma parte de la comunidad jesuita. En febrero de este año fue invitado por el párroco Esteban Cornejo a realizar el filme.

Acompañado en todo momento por los sacerdotes jesuitas y de la religiosa Silvina Salmerón, Velasco de Alba recorrió durante diez días el territorio que comprende la parroquia  de Cerocahui. Cuenta el cineasta:

Hay un dolor muy fuerte aún, sigue habiendo un poco de temor en la sierra, en algunos trayectos acompañó la Guardia Nacional por las medidas cautelares que tiene la comunidad jesuita en Cerocahui, pero hay zonas en las que la Guardia no entra, por los roces de los grupos de allá.

El miedo que prevalece en la región tarahumara, habitada por unos 120 mil habitantes, de los cuales poco más de un millar viven en el municipio de Cerocahui, no sólo radica en que “el lugar que tenía el Chueco ya lo ocupó alguien más, sigue habiendo gente armada en los caminos más solos”, apunta el entrevistado.

Ruiz Velasco expone que, pese a que en las entrevistas que realizó lo acompañaron los sacerdotes jesuitas Esteban, Aldo o Jesús o la religiosa Silvana Salmerón, los participantes del documental eran cautos para hablar de algunos temas, como el proceso de investigación de los homicidios.

“Había presión de las autoridades, la gente contaba, por ejemplo, cómo fue la búsqueda del Chueco y los cuerpos por parte de las autoridades, la incompetencia de éstas, cómo llegaban a amedrentarlos y amenazarlos para obtener información, cuando no sabían nada. Hay una violencia pasiva, latente que se mantiene en la sierra”, explica.

Tras la violencia, la paz

Al visitar las viviendas de los entrevistados o las capillas de las comunidades de Cerocahui, el director advirtió la presencia de Javier y Joaquín en fotografías de todos tamaños, junto a imágenes religiosas o nichos, con veladoras encendidas. En algunas casas donde frecuentaban pernoctar, encontró habitaciones intocadas, o los utensilios de cocina en donde solían servirles alimentos o bebidas, colocadas en lugares especiales, como recuerdos de gran valía.

Para el documentalista, la relativa calma que la presencia de la Guardia Nacional ha traído en Cerocahui, no así en otros municipios de la sierra tarahumara, como resultado de los asesinatos de los sacerdotes jesuitas, podría ser una de las razones por las que los habitantes de esa localidad han “resignificado la muerte de Javier y Joaquín, como santos o mártires, la gente les reza y se encomienda a ellos”, manteniéndolos muy presentes.

“Cuántos muertos no hay todos los días en todo el país, y no todas las muertes atraen los reflectores de la manera que en este caso se hizo, porque es un hecho que, tras las muertes, el foco se puso en Cerocahui.

“Ahora la gente ve que los padres dieron su vida por la comunidad, que su muerte hizo que se calmara la violencia, que había escalado de una manera en que no se sabía hacia dónde iba a llegar, la gente ya no salía de sus casas, había muchísimos asesinatos, había muchos desaparecidos, y aunque todavía los hay, ha bajado mucho la violencia”, reflexiona Sergio Ruiz Velasco. 

Hace dos años la voz del sacerdote jesuita Javier Ávila Aguirre, párroco de Creel, se escuchó fuerte durante la homilía de las exequias de los padres Gallo y Morita.

“Desde este recinto sagrado, espacio de reconciliación, de paz y de esperanza, respetuosamente pedimos, señor presidente de la República, revise su proyecto de seguridad pública, porque no vamos bien y esto es un clamor popular: los abrazos ya no nos alcanzan para cubrir los balazos”, expresó Ávila aquel 25 de junio de 2022, conocido en la sierra como Padre Pato.

Reclamo de justicia que no llega para los sacerdotes asesinados. Foto: Victoria Valtierra/Cuartoscuro 

Esas palabras no fueron bien recibidas por el presidente López Obrador, ubicándolo como “conservador” y cercano al PAN

A dos años de los homicidios que tocaron “la conciencia nacional y se hizo patente una realidad con frecuencia negada, de aquí no pasa nada, estamos muy bien”, el sacerdote dice en entrevista que “la situación no ha cambiado mucho, la injusticia, la marginación, los desplazamientos, la deforestación criminal, los grupos armados, etcétera, todo eso todavía sigue”.

Presente en la Tarahumara desde 1975 y cofundador de la Comisión de Solidaridad y Defensa de Derechos Humanos (Cosydhac), Ávila Aguirre insiste en que lo ocurrido en Cerocahui “es un reflejo de lo que pasa en el país, sangre, muerte dolor, apatía e impunidad”.

Reconoce que la presencia de la Guardia Nacional desde que ocurrieron los hechos, reforzada luego del otorgamiento de medidas cautelares a 11 integrantes de la misión jesuita por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), ha persuadido a los grupos criminales que se mantienen alejados de Cerocahui, pero no de la sierra. Ávila agrega:

Hubo tranquilidad, paz para los habitantes de Cerocahui porque no hay ningún grupo armado que circule libremente cuando está la Guardia Nacional ahí, como circulaban antes. Eso le da tranquilidad al pueblo, lamentablemente nada más es ahí donde se está dando la protección, lo que pedimos es seguridad para toda la sierra.

Al sostener que “el pueblo sigue con dolor, sigue con nostalgia por la ausencia de Javier y Joaquín”, Ávila Aguirre lamenta la falta de acceso a la justicia plena en este caso, así como la no reparación del daño, y, más aún, la falta de garantías de no repetición porque la violencia continúa en buena parte de la sierra. 

“Yo les decía a las autoridades, si no detienen al Chueco, van a venirles a aventar su cuerpo a sus pies y eso no va a solucionar el problema, lo va a conflictuar porque no se hace justicia a base de balazos, va a empezar la lucha por el poder, por quién va a dirigir la plaza.

“Alguien dijo ‘ya se desarticuló la banda’, yo me reí y me sigo riendo de esa declaración, no se han desarticulado los grupos armados de la tarahumara, a excepción de Cerocahui, circulan libremente, siguen operando, cometiendo atrocidades como el robo del bosque, robo de tierras, generando desplazamientos, la gente abandona sus casas por miedo o porque los presionan para que las abandonen y ellos posesionarse de sus tierras y de su bosque, eso no quiere decir que ya hay justicia en tarahumara”, sostiene.

Al señalar que no se esperaba que hubiera reparación del daño para los familiares de los sacerdotes sacrificados, el Padre Pato reclama que las autoridades no vean por la familia del joven deportista ejecutado en la víspera de los homicidios de los sacerdotes.

“Me preocupa mucho más la familia del joven Paul y cuya casa la quemó el Chueco, no se ha reparado el daño, la casa quemada sigue quemada desde hace dos años”, denuncia el religioso.

El Chueco, acusado por el homicidio de los padres Gallo y Morita, fue hallado muerto en Sinaloa. Foto: Especial

Buscarán a Sheinbaum

Ante el próximo cambio de estafeta en la Presidencia de la República, Javier Ávila recuerda que el fruto del martirio de los jesuitas fue la organización de los Diálogos por la Paz, de los que surgió un documento firmado por la virtual presidenta de México, Claudia Sheinbaum. “Esperaríamos que cumpla como cualquier persona que se dé a respetar”.

Insiste: “Se tiene que buscar a la presidenta electa, sino la firma se queda en un acto protocolario y en una cuestión pasajera; se va a seguir buscando que se cumpla y que siga el diálogo, porque si la señora dice que no está de acuerdo en algunos temas, es respetable su punto de vista, pero es necesario el diálogo para ir viendo de qué manera se puede uno ir entendiendo, será la primera mandataria de un que está exigiendo respuestas concretas”. 

Javier Ávila señala que la expectativa que se tiene es que “la paz llegue no sólo a la tarahumara sino a todo el país”,  como resultado de los diálogos y de las firmas de aspirantes a cargos de elección popular que se recolectaron, no sólo de los aspirantes a la Presidencia de la República, sino a otros puestos como presidencias municipales y legisladores. 

En el estado de Chihuahua se busca incluso que la gobernadora Maru Campos se comprometa con el documento surgido de los diálogos, “aunque ella no haya sido candidata, pero se necesita la coordinación entre el estado y la federación”, puntualiza el sacerdote jesuita.

En memoria de los sacerdotes sacrificados la comunidad jesuita de la Tarahumara realizó una caravana que tuvo como punto de encuentro el lugar en el que fueron hallados los cuerpos de Javier Campos y Joaquín Mora, con rumbo a la parroquia de Cerocahui, donde se rezó y por la noche sería exhibido el documental, para después realizar una velada con cantos y bailes rarámuris.

Fotograma del documental Yawimé. Las huellas de Javier y Joaquín. Foto: Especial 

Para este jueves 20 está programado que obispos de Chihuahua se reúnan en la parroquia de Ceracahui, donde oficiarían una misa en honor a los jesuitas. Por la tarde se realizará una ceremonia religiosa en la parroquia de la Sagrada Familia, en la colonia Roma, Ciudad de México, en cuyas inmediaciones se develará un mural conmemorativo por los dos años de los asesinatos de los sacerdotes y el laico.